"Creó al hombre de materia, y lo creó para que habitara y disfrutara ese mundo. Dios miró su obra, y vio que era buena. Dios miró a este hombre de carne, y vio que era bueno" (Gen 1, 31).
El mundo ofrece placeres al hombre. Los placeres no son mezquinos. Dios nos ha hecho para disfrutar carnalmente de todo lo creado. Dios nos ha creado con una extraordinaria capacidad de gozo y disfrute, con el deleite de vivir así, saboreando el mundo con nuestra carne. ¡Los placeres son santos!
Ser de carne no nos devalúa. Es nuestra verdad y nuestra grandeza. Dios nos ha hecho bien: somos seres corpóreos. No es una pobreza que le lleve a mirar con lástima a esos pobres seres de carne: «¡Mira cómo se arrastran tras los placeres del mundo!». ¡No es así! Porque Dios no se equivocó haciéndonos de carne. La carne fue obra suya, y solo gustamos a Dios así, siendo de carne, gozando de los placeres. Podríamos exclamar haciéndonos eco del Creador: «¡Viva el hombre de carne! ¡Vivan los placeres del mundo! ¡Y viva el hombre cuando los disfruta!».
Una buena copa y un buen jamón, un queso bien elaborado o un guiso sabroso, una canción pegadiza, un baile suave o agitado, un baño en el mar o en una bañera llena de espuma, la paciente pesca de caña o sumergida con arpón, una caída libre con paracaídas o una vista panorámica desde el pico de una montaña, el gozo de una bajada por la nieve, de la velocidad o del peligro, el gusto de la sexualidad y la suavidad de una caricia… Nuestros sentidos buscan placer, y son —en sí mismos— ¡santos placeres!
José Pedro Manglano en “Santos de carne”
serpersona.info
Juan Ramón Domínguez Palacioshttp://enlacumbre2028.blogspot.com.es
serpersona.info
Juan Ramón Domínguez Palacioshttp://enlacumbre2028.blogspot.com.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario