La Sagrada Biblia es un libro absolutamente singular, ya que las verdades que en ella se revelan han sido escritas por inspiración del Espíritu Santo. Ningún otro libro, por excelente que sea, goza de esta cualidad única: tener como autor al mismo Dios.
El lenguaje humano es signo a la vez de nuestra pobreza y de nuestra riqueza. De nuestra pobreza porque de ordinario las palabras se quedan cortas para expresar lo que un hombre lleva en su inteligencia y en su corazón.
Y de nuestra riqueza porque gracias a las palabras expresamos nuestros pensamientos y afectos, y nos comunicamos con los demás. En su bondad Dios ha querido valerse del lenguaje humano para hablar con nosotros: “La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres” (Conc. Vaticano II, Const. Dei Verbum, n. 13).
A través de las palabras de la Sagrada Escritura Dios Padre se nos da a conocer. Desde toda la eternidad Él dice su Verbo, su única Palabra, de la que son trasunto todas las palabras reveladas, auténticas palabras de Dios. “Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor.
No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y el Cuerpo de Cristo” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 103). En la Biblia la Iglesia encuentra su alimento y su fuerza, en la escucha y vivencia de las palabras de Dios.
La Sagrada Biblia es un libro absolutamente singular, ya que las verdades que en ella se revelan han sido escritas por inspiración del Espíritu Santo. Ningún otro libro, por excelente que sea, goza de esta cualidad única: tener como autor al mismo Dios.
“La santa madre Iglesia, fiel a la base de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia” (Conc. Vaticano II, Const. Dei Verbum, n. 11).
Pero, ¿acaso esos libros no han sido escritos por hombres como nosotros: Moisés, David, Isaías, Mateo, Juan, Pablo? Ciertamente que sí, y el estilo y la personalidad de esos hombres quedan reflejados en lo que escribieron. Mas al escribir actuaron como instrumentos inteligentes y libres de Dios. Es un caso singular de cooperación humana a una acción divina. Y la inspiración bíblica confiere a los libros sagrados una importancia excepcional.
“En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería” (Ibidem). La inspiración del Espíritu Santo hizo que, pese a las limitaciones humanas de los escritores sagrados, éstos escribieran todo y sólo lo que Dios quería, de manera que en la Biblia nada sobra y nada falta de lo que Dios ha querido manifestarnos para nuestra salvación.
Una consecuencia importante de la inspiración es la veracidad bíblica: en la Sagrada Escritura no hay errores, ni grandes ni pequeños, puesto que su autor es el mismo Dios, suma Verdad. “Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra” (Ibidem).
Cuando una persona cualquiera, buscándole cinco pies al gato, afirma encontrar errores en el texto bíblico, no hace sino expresar su propia ignorancia, según el conocido dicho de que la ignorancia es atrevida.
Y es que la palabra de Dios no es letra muerta: requiere la atenta apertura de la inteligencia humana, impulsada por el Espíritu Santo (cf. Catecismo..., n. 108).
Rafael María de Balbín
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