viernes, 26 de abril de 2019

La política como religión


El laicismo desea un espacio público sin Dios. Pero aparcar las creencias religiosas no impide la proliferación de nuevos cultos y nuevas ortodoxias –esta vez, de cuño laico– que aspiran a llenar ese vacío con sus mensajes de redención.


Con la secularización de Occidente, la fe en el progreso –la confianza en que la humanidad camina inexorablemente hacia un futuro mejor– se ha convertido en un sustituto de la religión como fuente de sentido. El progreso incluye la mejora de las condiciones materiales de vida. Y también el avance moral, que el humanismo laico tiende a identificar con la difusión de unas ideas a las que atribuye poder salvífico.

Con esta visión en mente –descrita con más o menos coincidencias por autores tan difíciles de clasificar comoJoseph Button, Andrew Sullivan o John Gray–, se entiende el ímpetu reformista de la nueva ortodoxia laica. La certeza de saberse en el lado correcto de la historia, lleva a sus guardianes a procurar que cada vez más personas abracen la visión del mundo tenida por progresista. Así, piensan, la sociedad dejará atrás su afición a las fuerzas oscuras: lo que salva es la adhesión a esa ortodoxia.

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aceprensa.com
Juan Ramón Domínguez Palacios

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