jueves, 27 de octubre de 2011

Estado de Derecho

   Un estado progresivamente vaciado de su propia naturaleza, justo por legislar cuestiones antropológicas fundamentales sin otra referencia que la decisión mayoritaria

      Escribió un filósofo que toda la maquinaria administrativa, legislativa, judicial y ejecutiva son las instituciones políticas que, entendidas en sentido amplio, son el Estado. Y éste debe estar al servicio de la organización de la sociedad, de la división del trabajo, y de la promoción de las instituciones comunitarias. Hoy día —seguía apuntando— su tamaño es tan grande que puede hacer difícil ver la relación con la vida buena (en el más noble sentido de la expresión), que es el fin de la vida social (Yepes). 

      He recordado estas ideas —particularmente lo relativo a la vida buena— al escuchar una vez más a Benedicto XVI unos conceptos desgranados en el Reichstag alemán, que son convergentes con los vertidos ante el Parlamento británico y en otros muchos lugares. Anteriormente, en su obra Una mirada a Europa, el cardenal Ratzinger escribía que «la moral no es la cárcel del hombre, sino aquello que de divino hay en él». Esta proposición está en consonancia con lo que explicitaba hace unos días ante las Cámaras de su país, recordando cómo en Alemania se pisoteó el derecho hasta transformar el Estado en su instrumento destructor, en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, capaz de llevar el mundo al borde del abismo. 

      La historia ha demostrado que el hombre se puede manipular a sí mismo, puede privar de su humanidad a otros seres humanos. Entonces —se preguntaba—, ¿cómo reconocer lo justo?, ¿cómo distinguir entre el bien y el mal, el verdadero derecho del que sólo lo es aparentemente? Nunca fue fácil la respuesta a estos interrogantes, aunque es obvio que, en muchos momentos de la historia, se ha luchado hasta la muerte contra lo que se consideraba injusto. Podríamos preguntarnos por qué ha sucedido así tantas veces. 

     Cuando la reina Sofía se refirió a la ley natural, un periódico la tachó de utilizar conceptos obsoletos. Pienso que si ese concepto está acabado, han terminado la libertad y todos los derechos del hombre. Quedamos a merced del tirano, aunque éste hubiera sido elegido por sufragio universal, como sucedió con Hitler. Disfrutaríamos de aquéllos que benévolamente se nos otorgasen. Así está sucediendo con el Estado de Derecho, un estado progresivamente vaciado de su propia naturaleza, justo por legislar cuestiones antropológicas fundamentales sin otra referencia que la decisión mayoritaria.
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Pablo Cabellos Llorente
Las Provincias / Almudí
 

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