La alegría cristiana no es una casualidad, es una virtud; no es un bien para ser consumido, sino una consecuencia de la donación, ya que “hay más alegría en dar que en recibir”.
Giorgio Zevini explica así las características de la verdadera felicidad según las enseñanzas del Evangelio:
Encarnada. Tiene que ser realista, concreta, si no quiere ser confundida con una ilusión o, aún peor, con una droga. Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús tienen un marcado acento autobiográfico. Antes de proclamarlas, las vive. Realmente, la Buena Nueva es Cristo. Jesús es el pobre, el humilde, el misericordioso, el constructor de la paz... En Cristo se identifican mensaje y mensajero, el decir, el actuar y el ser.
Total e interior. La felicidad tiene que tocar las cuerdas íntimas del ser, involucrar a toda la persona. Una felicidad que solo fuese epidérmica se confundiría con la del payaso, obligado por profesión a hacer reír aunque por dentro le zarandee la zozobra. Cuando Jesús refiere situaciones de dolor y marginación quiere indicar que la felicidad no hunde sus raíces en el bienestar: cuando me encuentro bien, poseo seguridad económica y psicológica, soy respetado y honrado, mantengo una buena relación con los otros... Si fuese así, la condena a la infelicidad estaría asegurada, porque tal situación es utópica: antes o después, en un punto o en otro, se resquebraja y falla.
Un bien a exportar. Se advierte que las bienaventuranzas estén abiertas al exterior: el hambriento de justicia, los misericordiosos, los constructores de paz... La alegría cristiana no es una casualidad; es una virtud. No es un bien para ser consumido, sino una consecuencia de la donación: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35).
Un bien duradero. Con perspectivas de eternidad. Excepto la primera y la última, las bienaventuranzas están formuladas en futuro. Puede parecer una promesa cuya realización no está garantizada o un modo elegante para evadirse del presente. Obviamente, no es así. Jesús vive la alegría y la comunica. El anuncio de Jesús contiene fecundas semillas de felicidad. El porvenir indicado, aunque presente en la vida cotidiana, alcanzará su plenitud solo al final. La idea de un bien perdurable se logra al final de la etapa.
Fuente: serpersona.info.
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