Escribe Carmen Castiella: La riqueza y complejidad de cada hijo no tiene límite: lo que funciona con uno puede hacer daño a otro; lo que necesita uno al otro le sobra; uno necesita atención y otro que le dejen en paz.
No soy profesional de la educación sino madre en proceso de aprendizaje. Os cuento lo que observo. Lo que realmente me ha enseñado algo no estaba en los libros (como madre primeriza tenía un hambre insaciable de saber y me hice con una biblioteca sobre maternidad, educación e infancia considerable) sino en lo diferente que es cada hijo, en las situaciones a veces complicadas que nos ha tocado vivir juntos, en las experiencias de mis amigas, en la felicidad y alegría compartida, en la enfermedad y en la limitación, en las dificultades superadas y en las no superadas. En la vida, vamos, y no en las etiquetas y en los libros llenos de postits que fui acumulando.
‘Antes de casarme tenía yo seis teorías sobre cómo educar
a los hijos, ahora tengo seis hijos y ninguna teoría’ (Lord Rochester)
a los hijos, ahora tengo seis hijos y ninguna teoría’ (Lord Rochester)
Como siempre, la vida se impone a la teoría. La riqueza y complejidad de cada hijo no tiene límite. Lo que funciona con uno puede hacer daño a otro; lo que necesita uno al otro le sobra; uno necesita atención y otro que le dejen en paz. Unos hijos son sencillos como un yoyó y otros son un auténtico cubo de Rubik.
Los padres necesitamos confiar en nosotros mismos como padres, y está claro que no se necesita un doctorado ni devorar una biblioteca entera ni hacer un solo curso de educación para serlo. Se trata de encontrar por nosotros mismos, y a medida que vamos conociendo a nuestros hijos, cuál es el equilibrio entre límites y flexibilidad, aceptando que nos equivocaremos en muchas cosas.
Es inevitable cometer errores pero podemos tener la tranquilidad de que el amor que les tenemos suplirá en parte esos fallos. Mi madre suele decir: “Todos lo hacemos mal pero algunos peor”. La realidad es que si los padres tienen una salud mental aceptable y ganas de hacerlo bien, la mayor parte de las cosas saldrán bien espontáneamente, partiendo de que hay infinitas formas de hacerlo bien y otras tantas de equivocarse…
Y, por favor, no juzguemos a los padres en su labor de educadores. “Cada persona está librando una batalla de la que tú no sabes nada, así que sé amable siempre”. Hay niños que prácticamente se crían solos y otros cuya crianza exige un esfuerzo titánico a los padres. Hay hijos que, desde que nacen, comen, duermen y sonríen, y otros que no pegan ojo hasta los dos años.
La clásica escena de la madre con el hijo tirado en el suelo del supermercado enrabietado y las miradas acusadoras que condenan... Esta condena no verbalizada, unida a la tensión de tener al niño tirado en el suelo, es poner sobre los hombros de esa mujer un peso insoportable. Os puede parecer que dramatizo pero lo que observo es que se juzga con enorme dureza a los padres que tratan de hacerlo lo mejor posible aunque a veces lo hagan rematadamente mal.
Un ejemplo de esta hipercrítica social sobre las madres, que nos hace desconfiar de nuestro instinto y perder confianza, es la tendencia a etiquetarnos. Existe una jerga a la que cada día se suman nuevas etiquetas para madres presuntamente tóxicas: madre-helicóptero, hiper-madre, hipo-madre, madre tigre, madre permisiva, madre troll, madre cuervo… Tremendo. Con tanta etiqueta parece que no quedan madres normales y que educar es una tarea imposible.
Podemos hacer toda la teoría que queráis, y a veces nos será útil, sobre la importancia de la disciplina y los límites y de evitar convertir a nuestros idolatrados niños en auténticos tiranos, pero a la madre concreta desbordada con el niño histérico… ¡debemos mirarla con amabilidad siempre! Y lo mismo a los niños que arman follón y a los que la montan allá donde van. Miremos con la ternura con que mira Dios.
Y que a nadie se le suban los humos con lo bien educados que están sus hijos, porque hay niños mucho más difíciles de educar que otros, hay genes, hay trastornos, hay mil circunstancias que se nos escapan y, sobre todo, los niños son la plasticidad en estado puro. Hay niños inquietos que serán adultos creativos y otros muy tranquilos y bien educados que de adultos pueden ser unos muermazos. El que no se consuela es porque no quiere: orugas convertidas en mariposas y patitos feos en cisnes.
Otra frase buena y concisa sobre educación es de Juan XXIII: “Observarlo todo, disimular mucho y corregir poco”. No somos perros sabuesos a la caza de los fallos de nuestros hijos. No tenemos que estar permanentemente alerta educando, enseñando y corrigiendo. Observar sí, pero no intervenir continuamente. Dejar fluir las cosas, dejarles gestionar sus conflictos, dejarles equivocarse y caerse y mancharse… "Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos”.
Todo esto es compatible con observar que hoy en día hay cada vez más niños tiranos, salvajes, acostumbrados a ser el centro del universo, y padres bienintencionados, dispuestos a dejar cualquier cosa para atenderles, desbordados con sus rabietas y caprichos. Pero eso, para la próxima.
Carmen Castiella, en religionenlibertad.com.
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