jueves, 24 de marzo de 2011

El caso de Somosaguas: la libertad religiosa como víctima de los “nuevos derechos”

   Otro enfoque sugerente de reflexión es el que nos brinda el Dr. Cruz en este artículo: la libertad religiosa víctima de los "nuevos derechos" que han implantado las ideologías laicistas radicales.
    Con ocasión de las revueltas en buena parte del mundo árabe que han tenido –y tienen- como objetivo el fin de las dictaduras y la implantación de reformas democráticas, buena parte de los analistas han puesto especial énfasis en un aspecto que servirá de prueba sobre la calidad y profundidad de esas reformas: la libertad religiosa. En un mundo que, hasta ahora, ha desconocido esta libertad, recogida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos como uno de sus fundamentos, resulta del todo pertinente preguntarse hasta qué punto los jóvenes que han acabado ya con dos sistemas totalitarios, son conscientes de que sin libertad religiosa no habrá nunca auténtica democracia.

    Como contraste, en nuestro mundo occidental, donde tan orgullosos estamos de nuestras libertades democráticas y donde los Estados se declaran aconfesionales o laicos, como ocurre en España, la libertad religiosa va camino de convertirse en una víctima de los “nuevos derechos” que se están implantando en aplicación de las nuevas ideologías llamadas “progresistas”, en especial la de género, que ha traído de la mano el gobierno laicista de Rodríguez Zapatero. En este sentido es evidente que las leyes que este gobierno ha conseguido introducir en la normativa civil al socaire de esta ideología, están en abierta contradicción con el sustrato cultural cristiano –por no decir las convicciones religiosas- de la mayoría de la sociedad.

    Pero no todo el “mérito” es de Zapatero porque la misma sociedad, incluida buena parte de la que se considera “conservadora”, ha optado ya desde hace tiempo por desligarse de sus compromisos religiosos, razón por la cual el aborto, el divorcio-expres, el matrimonio homosexual o la “educación afectiva” contenida en la asignatura de EpC, considerado todo ello como “derechos”, han sido en buena medida aceptados de manera acrítica por esta sociedad que, según parece, se siente bastante cómoda una vez que se ha despojado de las virtudes cristianas más exigentes, como pueden ser la fidelidad conyugal, la castidad, el respeto de la vida y de la dignidad humanas, la familia, la sinceridad, la verdad e, incluso, la propia libertad individual. Por supuesto que existe un despertar cada vez mayor de la conciencia cívica a favor de estas virtudes que han caracterizado el comportamiento de la inmensa mayoría de los ciudadanos, como prueban las múltiples manifestaciones a favor de la vida, una de ellas prevista para este próximo domingo. Pero lo que nunca se había perdido, dentro de este proceso de secularización que sufre la sociedad, era el respeto a las convicciones y sentimientos religiosos de los demás.

    En España, por supuesto, se puede ser progre, conservador, de derechas, de izquierdas, creyente, agnóstico o ateo. Pero la esencia misma del comportamiento democrático, es decir, ese respeto a quien piensa distinto y que, supuestamente, se pretende regular con una ley de Igualdad de Trato que ya veremos en qué consiste, era uno de los distintivos más acusados de los españoles desde la Transición. Y decimos “era” al asistir con tristeza a la serie de profanaciones de capillas, robos en iglesias, persecución de crucifijos y, sobre todo, las burlas hacia los católicos en general y la Iglesia de manera más concreta.

    La reciente profanación de la capilla del campus universitario de Somosaguas, es todo un paradigma de este caldo de cultivo anticristiano que están sorbiendo con fruición algunas minorías de universitarios que han encontrado en actos de este tipo un modo de diversión que, en buena medida, está siendo amparado por las propias autoridades docentes, en una muestra más de su ínfima calidad intelectual. Se ha dado paso así a una necesaria defensa de la libertad religiosa por parte de los universitarios católicos y del propio profesorado que, sin necesidad de manifestar sus creencias religiosas, coinciden en rechazar todo recorte a esta libertad. 

    Así, la “Declaración de Somosaguas”, documento en el que la comunidad universitaria condena la profanación del pasado 10 de marzo, al tiempo que manifiesta su deseo de que la Universidad sea un espacio de libertad y concordia, ha sido firmado ya por más de 2.600 profesores en pocos días. Se pide además en este documento -que puede suscribirse a través de Internet- que las autoridades públicas adopten las medidas disciplinarias oportunas y que no se deje impune lo sucedido ni sea manchado el buen nombre y el trabajo de esa comunidad. Todo ello de acuerdo con la Constitución y en aplicación del Código Penal.

    Cabe destacar a este respeto que, después de una cierta resistencia a investigar lo ocurrido y de identificar a los promotores de la profanación, el rector de la Complutense, señor Berzosa, se ha manifestado contrario a las capillas católicas en la Universidad… Finalmente, en respuesta a la denuncia interpuesta por los responsables eclesiásticos de la capilla, la Policía ha llegado a detener a cuatro de los participantes en los hechos… que no tardaron en salir en libertad aunque el proceso judicial seguirá su curso, lo cual no ha impedido que el “efecto Somosaguas” se empiece a contagiar en otras universidades donde las minorías anticristianas invocan con métodos violentos su libertad de expresión para exigir la supresión de la libertad religiosa…

    A estos jóvenes estudiantes, algunos medios los han calificado de “antisistema” para justificar de alguna forma su afán profanador y sacrílego y, en cierto modo, “protegerlos” en lo que resulta un auténtico insulto a su inteligencia porque, de alguna forma, están siendo presentados como disminuidos mentales a los cuales hay que admitir sus ofensas. Una manera de disfrazar la realidad, claro. Los profanadores son plenamente conscientes de lo que han hecho, aunque ahora esos medios que los jalean tratan de acusar a quienes se han escandalizado, de haberlos tomado en serio. Pero una sociedad que se encoge de hombros ante atentados de este tipo contra la libertad religiosa o bien ha dejado de ser democrática o, lo que puede ser peor, ha perdido ya la conciencia de lo que significa libertad. 

Manuel Cruz
ANÁLISIS DIGITAL

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