El corazón del hombre sabe de las profundidades de las tinieblas, allí donde habita el abismo. Sólo el corazón del hombre es capaz de desear el amanecer, la novedad que trae todo lo que brota. “Encontrarás dragones” es mucho más que una película. Es una oportunidad para que una gran historia, una historia elocuente, que marcó vidas, que ha sellado el pasado y sigue determinando el presente, nos ayude a vivir nuestra densa y compleja existencia. El corazón del hombre anhela lo grande y lo pequeño, todo junto, mezclado, confundido. ¿Qué ocurre cuando nos quedamos a medio camino?
Es muy posible que las magnitudes que han hecho posible esta película sobre destacados episodios de la vida de san Josemaría Escrivá de Balaguer produzcan una catarata de comentarios, no exentos de polémica. Más de treinta y seis millones de dólares, un fondo internacional de inversiones para sufragar su coste, señores muy importantes, y con mucho dinero, implicados en este proyecto cultural, estudios de mercado, -americanos por supuesto-, sobre la seducción mediática, un director de lujo, Roland Joffé, que ha asentado una forma de hacer cine, actores de primera en el protagonismo y en el reparto. Pero la clave de “Encontrarás dragones” no radica en los grandes números, en la macroeconomía.
En el film, lo grande sólo es silogismo de lo que importa. Lo relevante es un delirio divino y humano de belleza, como la santidad; la narración de una vida sin oscuras pretensiones y sin recovecos, de un hombre con su genio, su orgullo y su vanidad, que deja crecer en su interior la presencia de Cristo, que le arrebata, le puede, le subyuga, le fascina, le atrapa, del que no se puede despegar. Es el drama y la tragedia, mezcla de actos de libertad, en la vida de su amigo de infancia, Manolo. Es el diálogo de las miradas, de los corazones que buscan y encuentran; de los gestos, las caricias y las confidencias. Es esa mixtura de realidad y de ficción que hace de la verdad verosímil, y del bien evidencia. Es un bálsamo de estética cinematográfica, con retazos de laboratorio experimental.
La película hace bailar el tiempo y los tiempos de la historia. Más allá del imaginario de juicios previos y de prejuicios acrecentados, permítanme una recomendación para quienes vayan a ver “Encontrarás dragones”: para entender algo, déjense llevar de la mano de lo que se cuenta, con la inteligencia de la mirada y la transparencia de la lógica de lo posible.
El corazón del hombre, siempre mutante, es capaz de lo más pequeño y de lo más grande. Vivimos atrapados en un mundo en el que lo grande se ha frivolizado, en el que Dios se presenta como un extraño en nuestra casa. En el reino de los corazones de lo humano habitan los dragones. Los dragones ralentizan el latir del corazón, y lo hacen pequeño, diminuto, insignificante. Ya en los primeros años del cristianismo, un texto litúrgico, la Didajé, invitaba a los neófitos a luchar contra los dragones, a ejercer la libertad consciente de la estación de término.
Espectadores difuminados de paisajes de tristes resistencias, quienes se acerquen a ver esta película, tendrán una nueva oportunidad de comenzar de nuevo. Más allá de los sueños, en el interior que uno habita, se encontrarán con la pócima que convierte la amistad en esperanza. Nada está perdido; el amor siempre espera. Y allí, en el secreto de una sonrisa, de un afecto o de una palabra de verdad, un detalle aparentemente sin trascendencia hizo posible que se disiparan las tinieblas del corazón de Manolo, el héroe de su engaño.
José Francisco Serrano Oceja
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