Roland Joffé (director de Encontrarás dragones): «Si nuestras vidas tienen profundidad, podemos hacernos esa pregunta: ¿quién soy yo y qué tengo que hacer? También se puede esquivar la cuestión, y no tener un pensamiento original, y limitarse a pagar los impuestos. Pero lo que ni aún entonces se puede esquivar es la presencia de la pregunta» Reproduzco esta interesante entrada de Scriptor
Nuestro Tiempo es una revista cultural y de cuestiones de actualidad de la Universidad de Navarra. Recoge en su último número una jugosa entrevista con Roland Joffé, en la que éste habla como buen intelectual de los asuntos que ve en la sociedad y le preocupan, sin dejar de responder a las preguntas que se le hacen.
En este caso, en la conversación se habla mucho acerca del papel que el cine desempeña en la sociedad. Es muy recomendable leer sus palabras, cuando se expresa como un antropólogo y en todo caso como alguien muy lúcido y sincero con experiencia personal acerca de la conciencia, la fragilidad humana y sobre todo el perdón, como una constante que aflora en algunas de sus películas.
Cuando menciona que «el cine está cambiando a la sociedad, pero puede que no lo esté haciendo para mejor», seguro que lo dicho por Joffé no tiene nada que ver —aunque sí venga a las mientes de los hispanos que lean esto— con el reciente y penoso éxito de taquilla de la degradante cutrez que han visto en España un millón de personas el pasado fin de semana.
No quisiera sin embargo reproducir aquí todo el texto de la entrevista, dada su longitud y su enjundia. Pero sí siguen a continuación unas preguntas y respuestas a propósito de "Encontrarás dragones", la película que a fin de cuentas facilita y motiva la misma entrevista:
Su nueva película está recorrida por la metáfora de los dragones. Los hay ocultos en el interior de las personas y en el subsuelo de la sociedad. ¿Cree que la venganza, el orgullo o el individualismo al que también ha aludido son algunos de los dragones del mundo occidental?
Sí, creo que sí. Supongo que yo mismo soy un producto de eso, que no escapo a esa idea de que, de algún modo, uno es autónomo y autocreador. A mí me encantaba la visión existencial del mundo —al menos lo que entendía de ella—, pero pienso que resulta peligrosa porque es autorreferencial y conduce a la arrogancia, como ya descubrieron los griegos.
Y también conduce a cierta aridez: si soy autocreado, no hay nada fuera de mí; y eso lleva —me parece— a la visión posmoderna de que nada es real en cualquier caso. Que todo sea filtrado por el cerebro no significa que no haya nada fuera del cerebro. Esta aridez supone un problema.
Necesitamos realmente que exista un ambiente donde haya algo mayor que nosotros, pero no sé cómo podemos encontrarlo a través de planteamientos puramente humanos. Si no tenemos clara la necesidad de ese ambiente, podemos acabar abocados —bajo la apariencia de racionalidad— a un comportamiento totalmente irracional.
Pasemos a la historia de su nueva película. San Josemaría, el fundador del Opus Dei, es uno de los protagonistas. Si tuviera que escoger un aspecto que haya descubierto en él o en su vida, ¿cuál sería?
Creo que la idea de conciencia individual. Leí una carta suya en la que cuenta cómo algunos de los estudiantes que se movían a su alrededor cometieron errores. Eso le rompía el corazón, pero no decía nada. Me encanta eso, porque revela una idea muy real de cómo son los seres humanos y de qué necesitan.
Otra cosa que me sorprendió mucho es su convencimiento de que se puede encontrar a Dios en el día a día. Es muy fácil malinterpretar esa idea, como si se tratase de algo trivial, como si a Dios se le pudiera encontrar en la panadería, pero no creo que sea eso lo que quiere decir. Él se refiere a lo cotidiano: no sólo al panadero haciendo su pan, sino al panadero preguntándose si debería divorciarse de su mujer cuando está haciendo pan. Me di cuenta de que lo que él decía era algo de gran profundidad, pero expresado de un modo muy sencillo.
Fue precisamente entonces cuando pensé que la historia de la película debería situarse en la Guerra Civil. En España hubo una época en la que el día a día era la Guerra Civil: ¿significa eso que Dios estaba allí? Y si es así, ¿cómo estaba presente?
Estas cuestiones nos llevan a lo que se ha llamado el “problema del mal”, aunque yo no creo que haya un “problema del mal” que haga difícil la existencia de Dios. La vida incluye cosas que son malas y tenemos que vérnoslas con ellas. Eso es algo totalmente distinto. Así que creo que Josemaría fue muy valiente, muy avanzado. También me gusta mucho su sentido del humor.
Ha mencionado el día a día de la Guerra Civil. ¿Cómo resumiría el efecto que esos tres años de enfrentamientos tuvieron en él y en la gente que le rodeaba?
Creo que él optó por la defensa del individuo en un momento en el que se imponían los movimientos de masas. Los años treinta del siglo pasado fueron probablemente la mayor época de movimientos de masas.
Todo estaba mecanizado, todo se producía en cadenas de montaje, incluido el pensamiento. Marx fue incorporado a una especie de máquina extraordinaria destinada a fabricar montones de comunistas. Era un equivalente a lo que hacía la Ford para producir en serie el Modelo T. Y también hubo quien pensaba que se podían crear miles y miles de Ford T de corte fascista.
Y sin embargo, ahí estaba Josemaría con un mensaje claro: “No sois parte de una gran máquina, no sois un Modelo T ni nada por el estilo. Tenéis vuestra propia conciencia y debéis asumir la responsabilidad que se derive de vuestras acciones. No voy a deciros lo que deberíais pensar, lo tenéis que descubrir vosotros mismos”.
Si nuestras vidas tienen profundidad, podemos hacernos esa pregunta: ¿quién soy yo y qué tengo que hacer? También se puede esquivar la cuestión, y no tener un pensamiento original, y limitarse a pagar los impuestos. Pero lo que ni aún entonces se puede esquivar es la presencia de la pregunta.
En la época en la que usted sitúa la historia no era fácil elegir el propio camino. Eran las ideologías totalitarias las que los imponían.
De ahí el interés de lo que hizo Josemaría. Creo que él demostró una profunda sinceridad intelectual. Él lo llamaba sinceridad con su Dios, y digo “su” Dios porque estoy hablando de él, no de mí. Él respetaba seriamente lo que suponía que era un ser humano. Es un tema muy profundo. En la película, a Josemaría se le plantea la cuestión de cómo debemos aceptar a cada persona como ser humano. “Y si se equivocan, ¿qué?”. Sí —dice él—, también si se equivocan. Esto es algo que tiene un poder extraordinario.
El terrible talón de Aquiles de una sociedad clasista es que se convierte en un método para criticar a los enemigos internos, en una medida para juzgar a los demás. A mí me parece que una de las verdades extraordinarias que Jesús nos trae es que no hay una medida de lo correcto. Y tampoco hay un Dios crítico. Jesús no está en la cruz juzgando; está en la cruz sufriendo, que es algo completamente distinto. De algún modo, lo que está diciendo desde allí es que comparte la plenitud de nuestra humanidad.
Eso nos conduce de nuevo al ejemplo del perdón, al caso de la mujer ruandesa [ver abajo]. Ella no juzga al hombre con el que comparte el té como correcto o equivocado, aunque haya asesinado a sus hijos. Obviamente, ella sigue sintiendo que sus hijos hayan sido asesinados, eso es algo que le afecta. Pero su empeño es conectar con la humanidad de ese hombre tutsi. Es entonces cuando se da un paso adelante. ¿Y no es eso lo que Josemaría enseña una y otra vez a las personas que están pasando por experiencias angustiosas?
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SCRIPTOR / ALMUDÍ
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