El autor analiza la persecución que sufren los cristianos en casi todo el mundo árabe y en otros muchos países. Reflexiona sobre la película recién estrenada ‘De dioses y hombres’, fiel reflejo de lo que ocurre hoy en día
Tiene el cine la virtud de darnos alguna películas, bien pocas, que ponen ante nuestros ojos el signo de los tiempos en que vivimos y por ello mismo alcanzan también una dimensión profética. Como si actuara en ellas el propio Tiresias, el adivino ciego de la Tebas helénica que hacía de mediador y anticipador entre los dioses y hombres según nos recordaba modernamente Eliot en La tierra baldía. Por eso, ver tales películas supone un ejercicio luminoso y doloroso a un tiempo de necesaria comprensión. Por eso, también, perdérselas le condena a uno a seguir un poco más encadenado a mirar la pared sombría de la caverna de Platón. La obra recién estrenada en nuestras pantallas del francés Xavier Beauvois, tan laureada en Cannes, De dioses y hombres, es ciertamente una de ellas. Y no podía ser más oportuna.
En efecto, la dramática historia que se nos describe -con la luz y espiritualidad de un cuadro de Zurbarán y la angustia de un relato de Bernanos- de los siete monjes cistercienses del monasterio de Nôtre-Dame del Atlas en Tibhirine (Argelia), decapitados en 1996 por el Grupo Islámico Armado (GIA) en plena guerra civil argelina, nos hace caer, así de súbito, en la cuenta de que las persecuciones de cristianos no son de un ayer más o menos remoto. Más bien todo lo contrario, aunque por razones muy diversas -y no siempre claras- los medios y la política occidentales pretendan poner sordina a la dimensión de una tragedia que crece exponencialmente de una década a esta parte.
Ha tenido que ser Benedicto XVI quien en reciente alocución recordara que son en la actualidad los cristianos «el grupo religioso que sufre mayor persecución por motivos de fe». Sin duda, tenía a la vista el estremecedor Informe de libertad religiosa en el mundo 2010 emitido por el Pontificio Consejo Justicia y Paz donde se cifraba en 150.000 (el lector no ha leído mal) el número de cristianos muertos durante el año pasado por animadversión religiosa. A ello hay que sumar 200 millones de cristianos perseguidos y otros 150 millones discriminados por sus convicciones, para poder así determinar correctamente el alcance de la barbarie.
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Ignacio García de Leániz es profesor de Recursos Humanos de la Universidad de Alcalá de Henares.
ELMUNDO.ES
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