sábado, 16 de octubre de 2010

Los 33 de Copiapó: Sí a la vida como don de Dios




       Los 33 mineros de Copiapó ya ven la luz del sol después de que el pasado 5 de agosto quedaran atrapados a 700 metros de profundidad. 69 días después de ser engullidos literalmente por la tierra regresan a la vida mostrando al mundo, que ha seguido su devenir a través de los medios, un auténtico testimonio de fe y de esperanza ejemplificado estéticamente en una camiseta en la que se lee “Gracias, Señor” y “Son suyas las profundidades de la tierra, son suyas las cumbres de los montes. A Él la gloria y el honor”.

      Viktor Frankl recuerda que nada más ingresar en el campo de exterminio de Auschwitz le arrastró la idea del suicidio como liberación, pero que durante su primera noche en ese lúgubre lugar se prometió a sí mismo no lanzarse contra las alambradas. Al mismo tiempo fue consciente de que la salvación del hombre sólo es posible en el amor y a través del amor. Estoy seguro de que los 33 mineros de Copiapó habrán experimentado las mismas sensaciones: el schok de estar atrapados; la pérdida de todo y la visión de la propia muerte. Sin embargo, está demostrado que los hombres en condiciones trágicas, en este caso el confinamiento bajo tierra, conservan un reducto de libertad espiritual para elegir la actitud personal que deben adoptar frente al destino.

      Esta estancia de dos meses en el ‘infierno’ han servido a los mineros para descubrir que el sufrimiento – ver como se escapa la vida y viene la muerte – es una parte consustancial de la vida del ser humano sin la cual la existencia restaría incompleta. De bien seguro que el modo en que una persona acepta su inapelable destino y sus circunstancias otorga la coyuntura para dotar a la existencia de un sentido más profundo por la cual cada uno se eleva por encima de su devenir más adverso. Prisioneros de guerra, rehenes o personas sepultadas bajo la tierra desde el primer momento de su situación son conscientes de una funesta realidad: la imposibilidad de predecir cuando acabará aquella realidad, si es que termina. De inmediato, así lo estudia la psicología, la estructura mental de la persona confinada padece una tremenda modificación; a partir de la aceptación de la provisionalidad de la vida los objetivos existenciales aparecen marcados por la inseguridad. Estudios anteriores realizados con mineros atrapados indican que estos padecen una  deformación de la percepción del tiempo: eternidad frente a unidades breves de tiempo y fugacidad ante unidades mayores de tiempo.



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