viernes, 11 de febrero de 2011

GRANDEZA DE LA COMPASIÓN

Grandeza de la compasión

   Ser misericordioso consiste en cargar con el dolor,  el sufrimiento y la miseria del prójimo como si fuera mia. Os invito a leer este acertado análisis del Dr. Pellitero.

   Los verdaderos “grandes” de todos los tiempos han sido los misericordiosos, los capaces de experimentar una auténtica compasión. Ésta se olvida del incomodo, del malestar o del disgusto que se puede sentir ante quien perturba con su dolor el propio aburguesamiento. La verdadera compasión mueve no solo al sentimiento sino a la acción; y puede llevar a la entrega de la propia vida, con detalles concretos y a diario, por el otro 

Matthias Grünewald fue un pintor que pasó bastante inadvertido en su tiempo. A principios del s. XVI realizó una escena de la crucifixión para el retablo del altar de Isenheim, Alsacia. De esa pintura escribió Joseph Ratzinger en 1999 que es «el cuadro de la crucifixión más conmovedor de toda la cristiandad».

    La Virgen sostenida en los brazos de San Juan y la Magdalena que eleva sus manos y las retuerce por el dolor, con el vaso de alabastro a sus pies, están los tres a nuestra izquierda.

    A la derecha Juan Bautista mira al espectador y le señala al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; sobre su brazo están escritas las palabras: “Conviene que el crezca y que yo disminuya"; a sus pies, un pequeño cordero lleva una cruz y derrama su sangre sobre el cáliz.

    Este cuadro se encontraba en un convento donde iban a parar los enfermos afectados de las epidemias de peste bubónica durante la baja Edad Media. «El crucificado —señala Ratzinger— está representado como uno de ellos, torturado por el mayor dolor de aquel tiempo, el cuerpo entero plagado de bubones de la peste. Las palabras del profeta cuando dijo que en él estaban nuestras heridas, encontraron su cumplimiento. Ante esta imagen rezaban los monjes, y con ellos los enfermos, que encontraban consuelo al saber que, en Cristo, Dios había sufrido con ellos. Este cuadro hacía que a través de su enfermedad se sintiesen identificados con Cristo, que se hizo una misma cosa con todos los que sufren a lo largo de la historia; experimentaron la presencia del crucificado en la cruz que ellos llevaban, y su dolor les introdujo en Cristo, en el abismo de la misericordia eterna. Experimentaron la cruz que debían soportar como su salvación» (Vía Crucis, J. Ratzinger, H.U. von Balthasar, L. Giussani y J.H. Newman, ed. Encuentro, Madrid 1999, p. 14).

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Ramiro Pellitero, Universidad de Navarra

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